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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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02-10-2013

 

 

 


 

 


La Izquierda sonámbula

 

 

 

SURda

Opinión

Chile

Ricardo Candia Cares

 

 

¿Cuándo sería la última vez que esta cosa difusa -que dice ser la heredera de las luchas del pueblo desde que el mundo es mundo-, hizo alguna cosa importante? Descontados sus esfuerzos por diluirse entre consignas descascaradas, promesas místicas, banderitas desteñidas y premios de consuelo, no queda muy claro en qué ha usado todo este tiempo. Lo que sí queda claro es que el triunfo esperado no llegará ni siquiera por el expediente de la serendipia. Y que en ese tránsito, para decir las cosas como son, la Izquierda no tiene idea para dónde va la micro.
Innumerables expresiones de la Izquierda (hay tantas como izquierdistas) navegan al garete, del mismo modo que los residuos de los tsunamis se mueven conforme lo hacen las corrientes marinas. Sin timón ni sistema propulsor, no es una aventura predecir su llegada a ningún lado.
La gente de Izquierda siempre ha buscado la clave para pensar más o menos parecido, pero instala su mejor esfuerzo en lo que los diferencia. La última vez en que no hubo mayores distingos, fue en las cámaras de tortura, en los paredones clandestinos o en las fosas comunes. Desde el punto de vista de sus carceleros y asesinos, se veían igualitos los de una tendencia como los de otra.
La Izquierda ha sido aportadora de mártires, pero ha escaseado en héroes. Los que hubo durante los últimos años de la dictadura han desaparecido sin dejar huella. Ni siquiera las letras delirantes de los escritores han logrado dar con ellos. O nunca existieron o están escondidos detrás de los visillos, para evitar el qué dirán. De aquí a poco, será todo un triunfo encontrar alguien que se reivindique como del lado de los que combatieron. Hasta ahora, no hay vestigios culturales de esa épica.
Y esa forma de rendición con olor a derrota ha permitido el despliegue de la cultura de quienes se supone fueron derrotados con un lápiz. Extraño caso de aquellos que hicieron el máximo sacrificio para derrotar a la dictadura, y terminaron como víctimas de aquellos que se supone perdieron. Como resultados de esa anomalía histórica, los criminales están en libertad, los ladrones campean como gobernantes, y encubridores de crímenes de lesa humanidad se pasean como Pedro por su casa. Entre unos y otros hay diputados, senadores, alcaldes, exitosos empresarios, gentes de bien, padres de familia y ejemplos de emprendimiento.
En esos detalles se evidencia con mayor nitidez el real significado de la derrota, lenta y viscosa, que repta como la venganza más luminosa, y que ha transformado en crónico el síntoma que trastoca el sentido de lo real en esos otrora baluartes revolucionarios.
Hay una generación de líderes que no se la pudieron con el enemigo que tenían enfrente, ni con el que tenían adentro. Y fueron derrotados por su escaso convencimiento de lo que decían.
La derrota tiene su resto de dignidad. Como se sabe, para ser derrotado hay que primero haber luchado. Pero un importante subconjunto de aspirantes a héroes del tiempo posdictatorial, simplemente fracasaron. Y ese hecho define lo que vive el país en este tiempo.
Algunos irónicos y malpensados reiteran que la Izquierda irá de derrota en derrota hasta la victoria final. Sin embargo, olvidan que peor es hacerlo de fracaso en fracaso. Lo cierto es que la batuta, contrariando lo que dicen las consignas, aún la llevan los hijos de puta.
La Izquierda no ha sido capaz de dar con las claves del tiempo que se vive. Detrás de una revolución tecnológica que parece hacer la vida algo más agradable y novedosa, palpita un mundo que la Izquierda no conoce, pero se da maña para criticar como una lacra del sistema.
El planeta puede acostumbrase a vivir con miles de kilómetros cuadrados infectados de plásticos flotando a la deriva en el océano, pero no con unos pocos miles de millones de seres humanos más. La crisis alimentaria, la sobrexplotación de los recursos terrestres, la desaparición del agua potable, la sobrepoblación del planeta, informa que la cosa no está para optimismos. Estas visiones apocalípticas contadas en formato novelesco o cinematográfico parecen excitantes, pero son una realidad a la vuelta de la esquina, si se mide con los relojes del planeta.
En nuestro país, afectado como muchos por el virus de la codicia de los genocidas con trajes caros, esos paisajes ya se pueden ver cerca de las grandes mineras, en las termoeléctricas criminales, en el agua envenenada por átomos tóxicos, en la genocida industria agroalimentaria, en la sequía que avanza inexorablemente, y en las memorias de los bancos. Respecto de este derrotero terrible, la Izquierda, sus teóricos y prácticos adalides, no dicen mucho, entreverados en peleas por cupos, candidatos, inclusiones, y mierditas aliñadas con anestésicos. El horizonte pesimista informa que la Izquierda, si se define como heredera de las luchas más profundamente humanas de la historia, necesita levantar la mirada e intentar ver más allá de las primeras vueltas y los escaños.
Hay esfuerzos que otros pueblos vienen haciendo afirmados en la lucidez de sus dirigentes y el valor de sus pueblos. Pero en Chile, hacen falta verbos rectores que permitan mirar desde otra perspectiva. Los que había hasta hoy, ya se agotaron de tanto no ver. Y en esa ceguera, la Izquierda se ha tomado casi cuarenta años tratando de encontrar respuestas distintas preguntándose lo mismo.
Hace cuarenta años, después de decenios de darle vueltas al asunto, un cúmulo de dirigentes concordaron que la Unidad Popular daba cuenta de las exigencias de ese tiempo. Y algo de razón tenían, a juzgar por lo que vino a poco andar. Con todo, la Unidad Popular fue una experiencia truncada por su error endógeno de no haber considerado las claves de toda revolución: el momento en que hay que pasar a la ofensiva y la decisión de defenderla a cualquier costo.
Lentos, como la nostalgia, han pasado estos años. En este lapso han cambiado muchas cosas y personas, pero las preguntas siguen trayendo las mismas cargas ácidas del no saber.
Cada tanto se levantan candidatos que proponen cambios que lo resuelven todo, y luego los recuentos de votos no coinciden con lo soñado. En esta mecánica repetida hasta el hastío, se nos ha ido parte de esta cuarentena en que el enemigo derrotado con un lápiz, pero más vivo que nunca, ha instalado sus ideas de la manera más perfecta.
En este periodo, los esfuerzos de la Izquierda sonámbula tienen mucho en común con los esfuerzos que hacía el barón de Munchhausen mediante su coleta. Lejos de los resultados esperados, se hundía más en el fango por cada tirón que daba. Cada tanto, buenas personas concluyen en la idea salvadora que lo resuelve todo y se lanzan a construir partidos, movimientos, candidaturas, programas, experimentos, campañas y propuestas que, al no coincidir con los datos duros que arroja la realidad, a poco andar se transforman en pavesas etéreas que se deshacen en un tris.
Importantes referencias de Izquierda toman el camino corto de la sumisión y en un gesto por demás desafortunado, atendiendo lo que pasa en términos de broncas y peleas populares, el Partido Comunista apuesta a la buena sombra de la Concertación, otrora autora, cómplice y encubridora de todos los males.
En el último tiempo, digamos desde al año 2006, ha habido más de una razón para pensar en ventanas abiertas y optimismos. Que mucha gente joven se cruce en el camino anquilosado de los veteranos añejos y sean capaces de decirles un par de cosas, ya es algo. Pero como sabemos por la vía inapelable del pesimismo bien sustentado, se necesitan todavía muchos otros errores para llegar a sintetizar alguna idea que despliegue, en formato político efectivo, la bronca de la gente que ha demostrado que no requiere de tanta frase, ni de tanta teoría, para salir a las calles y hacer patente el efecto de la cultura que imponen los magníficos derrotados que viven en todo su esplendor victorioso, mientras la Izquierda camina dormida.

Ricardo Candia Cares

(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 789, 6 de septiembre, 2013)


 
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